lunes, 22 de abril de 2013

Los videojuegos van al museo.


           
 Si el videojuego es arte o no es arte me lo han preguntado mucho, pero no lo he respondido nunca con valor. Sin embargo, ahora que el MoMA (Museum of Moderm Art de Nueva York) los ha acogido temporalmente en sus salas, resulta mucho más fácil emitir un feliz SI, con el apoyo de la palabra mesiánica de tal institución.
                Ha habido muchas voces antes (sobretodo las metidas en el tema por jugarlos, programarlos, o venderlos) pero muchas de ellas cayeron en la defensa poética de dicha actividad: que si el entretenimiento, que si el deleite, el disfrute del color, la literatura que se vive … Pero un arte lo es, no por lo que tome de las otras artes, sino por sus características propias: por su poder de construcción de imágenes y por la huella que estas dejan, por su construcción de placeres estéticos dentro de sus medios (en este caso digitales), por ser reflejo de un tiempo y una sociedad, por representar lo excelso de una ciencia y técnica, etc. Y es que, como decían los chicos de la Secesión vienesa: Der Zeit ihre Kunst, Die Kunst ihre Freiheit (al tiempo su arte, al arte su libertad).
                La jugada del MoMA ha sido correcta: de los videojuegos se encargará el departamento de diseño (el diseño, que es la madre de todas las artes y a su vez el arte de lo agradable, práctico y cotidiano). Eso si, que no se le suban los humos a programadores, guionistas y jugadores. A veces no hay nada peor para un arte, que saber que se es arte.
                Y mientras todo este debate (como ya ocurrió en su día con otras innovaciones de la vida moderna: fotografía y cine) se convierte en teoría del arte y filosofía, los museólogos comienzan nerviosos a morderse las uñas. ¿Cómo se puede musealizar lo dinámico e interactivo?¿Con que medios podemos conservar los códigos? ¿Cómo podemos a la vez alejar al museo de la idea de “cementerio del arte”? 

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