Ser historiador
del arte es duro (bueno, yo no soy historiador del arte, estudié historia del
arte. Ya me entienden, uno no es filósofo por estudiar filosofía … ).
Es duro, por
que continuamente ojos y oídos ven y escuchan dolorosos ataques contra el
pratrimonio cultural. Podría poner ahora mismo miles de ejemplos, pero no es el
caso repetir lo que se puede leer en periódicos.
La gente
inmersa en el mundo de las humanidades sufre continuamente un mesnos precio
institucional acusado sobretodo en épocas de crisis. Pero lo peor no viene de
papá estado lo peor viene de manos de la familia. Esa familia que ha pasado
cinco años pagando unos estudios que han hecho feliz a uno de sus miembros y
que luego tira por los suelos, sueños, ideas emprendedoras y ansias de trabajo
a golpe de “no se para que vale lo que estudiaste”. Y créanme, eso no es lo
peor, lo peor es cuando el pobrecito estudiante de (en este caso) historia del
arte, habre su boquita, empequeñecida ya por la angustia vital que le
causa el “no vale para nada”, para explicar
en todas las cosas en las que podría trabajar y se le contesta con un: “va, y
quien quiere saber de eso y pagarte por ese trabajo, eso será en otros países pero
en España eso no vale … ”
Necesitamos
urgentemente un cambio estatal, pero no a nivel gubernamental, si no a nivel
familiar. Si tanto nos llenamos la boca hablando del apoyo de la familia en
momentos de crisis, porqué esa misma familia, que sigue consituyendo hoy por hoy
el núcleo que sustenta la sociedad contemporánea, ataca a sus propios miembros
mellando su espíritu y empujándolos en el mejor de los casos a alejarse de
dicho núcleo familiar obligándolos a cruzar incluso la frontera.
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